El hojaldre es una de las masas más admiradas en la repostería y la gastronomía por su ligereza, versatilidad y la textura crujiente que logra al hornearse. Su historia se remonta a la Edad Media, aunque existen registros de preparaciones similares en culturas antiguas, como la griega y la árabe, donde ya se trabajaban masas finas intercaladas con grasa.
No obstante, el hojaldre, tal como lo conocemos hoy, se perfeccionó en Francia durante el siglo XVII gracias a panaderos y pasteleros que desarrollaron la técnica de plegado múltiple, creando una masa con un resultado esponjoso y delicado. Desde entonces, se convirtió en un emblema de la repostería francesa y, posteriormente, en un referente mundial.
El secreto del hojaldre reside en su composición simple pero magistral. Está formado por cuatro elementos básicos:
Harina de trigo: aporta estructura y elasticidad a la masa. Agua: hidrata la harina y
permite trabajar la masa.
Sal: realza el sabor y ayuda al control del gluten.
Mantequilla o margarina: se intercala en capas durante el proceso de laminado y plegado.

El hojaldre, tal como lo conocemos hoy, se perfeccionó en Francia durante el siglo XVII gracias a panaderos y pasteleros que desarrollaron la técnica de plegado múltiple. Foto Unsplash
La técnica consiste en encerrar la grasa en la masa y estirarla en sucesivas vueltas y pliegues. Cada vez que se dobla, la mantequilla queda atrapada entre finas láminas de masa. Al entrar en el horno, el calor transforma el agua en vapor, lo que separa y eleva las capas.
De esta manera se obtiene una textura ligera, crujiente y hojaldrada, que caracteriza a este producto. El hojaldre no solo es un logro técnico, sino también un ejemplo de cómo la combinación de ingredientes básicos y paciencia puede dar lugar a una de las elaboraciones más versátiles de la cocina.
Hoy se emplea tanto en recetas dulces como saladas, manteniendo su prestigio como símbolo de refinamiento y tradición gastronómica.